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MIÉRCOLES, 30-ENERO-2008

Grandes pescatas en tramos esquilmados

Eran otros tiempos; ahora la población de truchas no alcanza ni la cuarta parte de lo que hubo y zonas que se acotaron para conservar su densidad han sido esquilmadas

FirmaOrdoño Llamas Gil LugarLEÓN

No cabe ninguna duda de que la población de truchas no alcanza ni la cuarta parte (siendo muy optimistas) de lo que fue en tiempos pretéritos, y que zonas que se acotaron para conservar su densidad se han visto esquilmadas, hasta el extremo de verse despreciadas por los pescadores. Algo así ha ocurrido en los acotados del Esla y del Luna.

Como muestra puedo certificar que en Villarroquel, en una temporada en que se había pescado muy deficientemente, la suerte hizo que tuviéramos en nuestro poder dos permisos para el último día. Por no perder los permisos, accedimos al río en la zona de Llamas de la Ribera, donde termina el coto, hacia las dos de la tarde. Nada más llegar comimos los bocadillos para no entretenernos luego si por casualidad podían darse algún momento a pluma. Tomamos café y nos dispusimos a pescar. Mi compañero Pepe subió andando un buen trecho para pescar con mosca ahogada y yo lo hice a cucharilla desde el mismo puente. Ya en el primer lance enganché una trucha que no daba la talla. No había sido casual, puesto que casi todas las veces que lanzaba enganchaba alguna, incluso de buen tamaño, por lo que cuando quise darme cuenta (en dos horas aproximadamente) ya tenía el cupo de truchas escogidas de cerca del medio kilo cada una, y había devuelto al agua más de treinta, muchas de ellas de la talla. Avisé a mi compañero, que no tenía ninguna, y en poco tiempo sacó el cupo.

Al año siguiente, cuando el coto de Gradefes había pasado una de sus peores temporadas, tenía yo un permiso para los últimos días de desveda en el mes de Agosto. Un año antes fracasé en él. Llegué también tarde (hacia las doce) y no me molesté en subir hacia los puertos, sino que armé en el mismo puente y comencé a pescar hacia arriba. Me ocurrió lo mismo que me había pasado en Villarroquel algún año antes, y cuando quise darme cuenta ya llevaba sacadas 34 truchas, de entre las que había ido escogiendo sólo las más hermosas.

La tercera ocasión en que me ocurrió algo parecido fue un buen día en que tenía el coto de Quintana de Rueda, cuando estaba gafado y nadie hablaba bien de él. Me acompañaba mi amigo Mundo Andarríos y como estaba permitido pescar a cebo natural, nos fuimos por tanto al Porma a coger gusarapas, lo que conseguimos pronto, pues había mucho cebo. Pero cuando ya estábamos dispuestos a salir de la corriente, en uno de los movimientos que se hacen para revolver las piedras me dio un tirón de lumbago de tal intensidad que tuve que quedarme estático en medio del agua, sin poder mover un solo músculo, mientras Mundo salía y me llamaba desde la orilla. Buscó un palo fuerte y entró a ayudarme, por lo que pude salir apoyado en ambos. Una vez allí, deliberamos sobre la actitud a tomar, puesto que yo no podría moverme pescando. Esperamos hasta reaccionar y conseguir entrar en el coche. Cuando vi que podía hacerlo, en vez de volver tomamos la dirección de Quintana por la orilla derecha del río hacia arriba, hasta llegar a las cercanías de Vega de Monasterio, que se halla en lo alto de la cuesta, entrando por un camino que nos llevó a un puerto conocido, donde se llegaba bien con el coche. No se veía movimiento en la superficie, por lo que preparamos el aparejo de cebo para probar. No dio resultado.

Optamos por comer el bocadillo con tranquilidad. Hacia las tres de la tarde comenzamos a ver algunos círculos en la superficie, donde las aguas eran más someras, por lo que cambié el cebo por las moscas ahogadas y me dispuse a intentarlo. Una tras otra fueron picando las truchas, como si hubieran estado esperándome para hacerlo. Sin moverme del sitio, porque no podía ni mover el cuerpo, conseguí sacar más de veinte truchas, de las que escogí seis de buen tamaño. Enganché otra trucha más, pero en ese momento una ráfaga de viento fuerte me obligó a arrimarme a un árbol seco que se hallaba caído sobre el agua, donde se enredó el aparejo, y como no se soltaba, quedó allí colgando con una trucha enganchada en el rastro sobre la misma superficie del agua. ¿Las atraería el lumbago?

Quince días después volví a tener el mismo coto (jubilados) y acudí al mismo lugar, con la idea de volver a pescar bien, pero no conseguí más que aburrirme apaleando el agua, pues ya se me había curado el lumbago. Lo que todavía continuaba allí era mi aparejo de pluma colgando, pero sin la trucha del rastro, que supongo que terminaría cayendo al agua.

Hacía ya bastantes años que yo no cogía el coto de Villafeliz, debido a que ya no me ofrecía confianza. No obstante, sólo por recordar tantas ocasiones en que me había demostrado su extraordinaria categoría, opté por escogerlo. Las perspectivas eran poco halagüeñas y la ilusión corría pareja. Cuando llegué al coto eran ya más de las doce y había pescadores en varios sitios, por lo que llegué al mismo puente de Villafeliz y aparqué el coche. Con mucha parsimonia preparé la caña para pescar con cucharilla y comencé mis lances andando hacia abajo por la orilla derecha del río, después de pasar el puente. Nunca pesco aguas abajo, pero me pareció que era el lugar menos pisado. Después de lanzar varias veces en las chorreras del puente, seguí haciéndolo en la tabla de abajo, cuya orilla izquierda linda con algunas casas que impiden el paso. Cada vez que conseguía colocar la cucharilla en las zonas más adecuadas de la otra orilla era respondido por una picada, que en muchos casos era de truchas pequeñas, pero que me resultó extrañamente agradable y no podía creérmelo. Llegué hasta las hermosas chorreras de la zona baja y seguí picando truchas, casi ninguna de la talla. Regresé aguas arriba haciendo algunos lances más, hasta que llegué de nuevo al puente. Había conseguido tres truchas de la talla.

Eran ya las dos y media de la tarde, hora para el bocadillo. A continuación decidí continuar pescando desde el puerto que allí existe hacia arriba, tanteando el río en más de un kilómetro y, qué casualidad, no sentí ni una sola picada. Cambié y puse la pluma para bajar de nuevo, y en todo el trayecto no fui capaz de picar ninguna trucha, ni siquiera pequeña.

Me disponía a recoger, pero como me faltaba una para el cupo volví a colocar la cucharilla y me dispuse a probar en las chorreras del puerto. Hice varios lances sin resultado en las mejores echadas y cuando ya me iba a retirar lancé sin ilusión en el charco último, donde no había casi agua ni espacio, y fui sorprendido por la picada de una gran trucha, que no me ofreció más resistencia que la de sujetarla revolcándose en aquel charco. Cuando la extraje tenía en mi mano un ejemplar de casi dos kilos, inimaginable en aquel lugar. ¿Qué podemos pensar sobre un coto que tiene muchas truchas, aunque pequeñas, en un tramo, y en el contiguo, mucho más largo, ni una? ¡Es algo extraño! ¿Qué explicación existe para que en los cotos citados, donde casi nadie conseguía ver el morro a una pintona, picasen milagrosamente de forma tan exagerada? Yo no concibo otra que la coincidencia de que acababan de ser repoblados en los días anteriores.


Fuente: www.diariodeleon.com · © El Diario de León, S.A.

Origen: http://www.diariodeleon.es/hemeroteca/imprimir_noticia.jsp?CAT=105&TEXTO=6524072


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